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LA SUTILEZA DEL CAMBIO




Por Fernanda Barroso


Henos aquí, estrenando un año nuevo y así, en un parpadear, finalizando el primer mes de este año, ya no tan nuevo.


En diciembre pasado estaba celebrando mis 45 años, mi salud perfecta, mi vida hermosa llena de amor y bendiciones en un hogar lleno de energía y magia, de amor y amistad; y justo hace un mes, mi perrita hermosa, Mina, un ser lleno de luz y amor, dejaba este plano. Cerrando así el año y con la novedad de que, por trabajo y ocupaciones de la nueva normalidad, había que regresar a vivir a Metepec. No me malinterpreten. Me encanta mi casa en Metepec, mi cotidiano allá, es sólo que estaría dejando amigos y una rutina de un año sabático que amé pues me permitió crecer, sanar algunas heridas, ordenarme en todos los sentidos, reencontrándome gratamente conmigo misma y con mi pareja. Y como es normal, tanto desbarajuste energético me hizo vulnerable y enfermé de COVID.


Me decía a mí misma con melancolía, apego y enojo “qué rápido cambia la vida”.


Pero lo cierto es que no. Hoy comprendo que el cambio es imperceptible, suave, sutil. Uno no despierta obeso de pronto una mañana; no aparece una enfermedad crónica de la nada como tampoco se construye una empresa en un pestañeo. Hoy comprendo que somos nosotros mismos factores de cambio, cada acción o inacción nuestra cambia algo. Cada instante vamos cambiando, cada día recibimos señales, cada momento nos muestra algo. Es sólo que no queremos verlo.


En este caso personal que les comparto, mi perrita llevaba ya un año y una cirugía presentando el padecimiento; se nos había dicho que en una complicación requeriría cirugía de urgencia, tal como sucedió. Como la cuidábamos religiosamente yo nunca quise verla enferma. Por otro lado, siempre sabíamos que el confinamiento un día acabaría y que un año sabático también tiene un final. Sabemos que no somos eternos como tampoco lo son los seres que amamos, las cosas que tenemos, los momentos que gozamos; en fin, la vida que tenemos. Lo sabemos, pero no lo queremos ver. Esa “no aceptación” que nos hace tan vulnerables, tan humanos. Y para abrazar amorosamente nuestra humanidad, con nuestras luces y sombras, con encantos y desencantos, esto nos enseña la meditación: el momento presente es el único que tienes; ese lugar en el que espacio y tiempo convergen para coincidir con seres maravillosos y experiencias exquisitas, que, si miramos bien, apreciaremos la magia y el milagro que reside en este ÚNICO momento presente. Jamás serás más bella, más sano, más joven, más abundante que en este momento presente.


Y en este presente, en cada momento, con nuestro pensar, nuestro sentir y actuar, vamos tejiendo hilos que se entrelazan con historias compartidas generando así cadenas y finalmente redes de amor. Distingamos estas relaciones que vamos construyendo: ¿son sólo hilos? ¿Acaso son cadenas? ¿O son relaciones entrañables que se convierten en redes? La diferencia es clara: la red es la única que te detiene cuando caes.


Por ello, ante estas reflexiones sobre lo imperceptible del cambio y la fragilidad en nuestras relaciones, te invito a vivir el momento presente con consciencia, amor y pasión. Disfrútalo. Tal como es, aquí y ahora. Vive hoy. Te invito también a estrechar lazos con tus seres queridos para que, en momentos difíciles, puedas contar con una hermosa red y que también formes parte de las redes de quienes amas. Finalmente, te invito a meditar pues ha sido para mí la manera de tomar conciencia de mí y de equilibrar mi vibración y energía que se manifiesta hoy, nuevamente y gracias a la existencia, en salud perfecta y luz.


Y ha sido así que, gracias a la meditación y a una red de seres de luz y amor, se ha ido suavizando el cambio. La única constante. Esa sutiliza de la vida. El cambio.


Con amor y gratitud para Anahata Mina...



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