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TODOS TENEMOS UN ÁRBOL

POR ALEJANDRA LEDESMA




Cuando mi abuelo murió, yo no estaba en México; fue algo muy doloroso y difícil decidir que no vendría a su funeral. Primero no sabía qué hacer, era un viaje muy especial y significativo para mí; un viaje que cambiaría mi vida para siempre y sabía que tal vez cuando regresara mi abuelo ya no estaría. Por eso, antes de irme, lo abracé con fuerza y mi corazón se despidió. Y aunque estaba clara en esto, no fue lo mismo cuando recibí la noticia.

Mi corazón se volvió frío y en ese momento no sabía que hacer. Salí al jardín de donde estaba y sólo sabía que necesitaba un árbol. Llegué al más grande y lo abracé con fuerza llorando, sólo quería que él me abrazara a mí y me quitara el dolor.

Después de un rato, me sentí un poco mejor y entendí porqué lo necesitaba.


Hoy, después de algunos años, he comprendido que todos tenemos un árbol o incluso varios. Es ese lugar, esa persona o hasta ese animal de compañía que se vuelven tu refugio. Puede ser la casa de tus padres, tu pareja, tu mejor amigo, los brazos de tu madre o hasta el suéter que era de tu abuela o la cobija que era de tu perrito.


Un árbol es ese lugar donde te sientes acompañado, donde te sientes abrazado, comprendido, sostenido, no juzgado.

Sus raíces te hacen sentir fuerte, arraigado y sostenido por la tierra. Sus ramas te abrazan y sus hojas te cobijan. Sus flores te muestran que por más difícil que sea la vida, siempre hay cosas hermosas. También te muestra que la vida es un proceso y que por muy hermosas que sean esas flores tienen un periodo de vida, por eso hay que disfrutar cada momento, exprimir cada instante, guardarlo constantemente en tu memoria mental, en tu memoria del cuerpo y en tu memoria del corazón.


Cuando era niña, mi abuela era mi árbol y apenas convirtiéndome en adolescente, ella partió y fue tan fuerte para mí que decidí evadirlo hasta los 23 años que me cayó el veinte cuando comencé a vivir sola. Hasta ese momento, realmente, me di cuenta de que ella ya no estaba y que me tenía que convertir en mi propio árbol.


La vida nos va poniendo situaciones donde necesitamos un árbol o incluso donde nosotros mismos somos un árbol para alguien más. Y no importa si lo necesitas o lo eres, lo importante es que cuando esto suceda estés lo más cerca de ti, pues tu propia compañía no la sustituye nadie más.

La manera en la que yo he podido estar más cerca de mí, a lo largo de los años ha sido la meditación. La meditación me ha ayudado a convertirme en mi propio árbol y también me ha ayudado a entender cuando necesito ayuda de otro.

La meditación se ha vuelto un refugio cuando todo parece estar negro y profundo o cuando siento que nada puede sostener mi corazón. La meditación me ha dado raíces y también alas.

Me ha ayudado a entender cuando está bien pedir o recibir ayuda y dejar que alguien más se convierta en mi árbol.


Cuando pienso en mis árboles o en mi propio árbol vienen a mi mente árboles icónicos como el de la película Avatar o el de la Fuente de la vida, pues nos muestran cómo son ese canal que te conecta con tu esencia más pura y que te vuelve Uno con el todo.


A lo largo de mi vida he tenido varios árboles; algunos siguen presentes y otros vienen y van y su presencia me ha hecho más fuerte y más feliz.


Hoy estoy profundamente agradecida con todos los árboles que han estado presentes en mi vida, que muy amorosamente me han abrazado en momentos de tristeza y felicidad. Sobretodo a ese ser blanco y hermoso que hoy juega y corre donde está.


Te invito a que después de leer esto, vayas y abraces a tus árboles, diles lo mucho que los amas, demuéstraselos cada vez que puedas. Sé un árbol para los demás, sé amable cuando alguien te vea como uno y por supuesto, sé un árbol para ti mismo, pues al final de los tiempos es el único árbol que llega y se va contigo.

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